Reflexión: Vulnerables


Somos débiles y vulnerables, a pesar de que no lo queramos creer. La vida nos lo recuerda caprichosamente y a veces con la mayor crudeza. Como un puñetazo de realidad en plena cara. Vivir de espaldas a ello es una temeridad. Y para asumirlo es necesario aprender la importancia de apoyarnos en los demás así como en dar nosotros todo el apoyo posible a cualquiera que lo requiera. También lo es el hecho de cobrar conciencia de que en nuestro interior reside una gran fuerza interior que nos ofrece la capacidad de reconstruirnos una y otra vez, a cualquier precio, hasta que muramos. 

La felicidad por tanto es efímera por naturaleza y no puede ser el único fin vital, tal y como nos intentan vender implacablemente a través de la publicidad. Todo es a causa del miedo. Éste existe desde que nacemos y, a lo largo del tiempo, descubrimos que se va a ir manifestando en múltiples formas: soledad, vergüenza, pudor, miedo a perder, miedo al dolor, miedo a los demás, miedo a los cambios… El miedo es una bestia abstracta, acechante, siempre presente, ante la cual podemos tomar dos actitudes. O bien tratar de aprender a domarlo, para ponerlo a tu servicio en cierto sentido, sí bien nunca por completo, o bien estar huyendo de él toda la vida: apegarnos a las rutinas que nos dan seguridad, reconfortarnos con la compra de autoengaños que hacen que parezca que todo se mantiene igual, vivir en el futuro proyectando continuamente a fin de prever cualquier riesgo venidero, mirar a otro lado y dejarnos llevar por pequeños desahogos fugaces, etc. Todos tenemos miedos.

No hay escapatoria. Así que lo que nos diferencia es cómo respondemos ante él: afrontando o huyendo, siendo valientes o cobardes. El mayor reto, por tanto, no es el de vencer siempre al miedo. Es imposible lograrlo. El mayor reto es lograr instrumentalizarlo y hacer de él una ayuda para lograr nuestros propios objetivos. Transformar la energía que nos produce, las desesperadas ganas de huir de él, en rabia para luchar, persistir, perseverar, es decir, en fuerza para forjar nuestro destino hacia delante. 


Para aprender a controlar el miedo hacen falta varias claves:

1. Hacer, actuar. No vale sólo con la interiorización intelectual. No es suficiente saber muchas cosas. Hay que aplicar lo que se tiene aprendido. Hay que pasar a la acción y seguir aprendiendo de los resultados que las acciones producen. Y eso implica también asumir el destino, improvisar muchas respuestas. Observar, reflexionar y actuar.


2. Confiar en nuestra ilimitada capacidad de respuesta. Somos mucho más capaces de lo que hemos aprendido hasta ahora. Podemos enfermar y recuperarnos, caer y levantarnos de formas muy distintas a las que creemos o las que los demás nos hacen ver. Si hemos sabido llegar hasta aquí, podemos llegar a muchísimos otros lugares. Tenemos capacidades innatas para aprender de cualquier suceso, lugar o persona, emplear lo aprendido para transformarnos y con ello adaptarnos al medio a fin de sobrevivir. Está en nuestra naturaleza como especie. Estamos dotados de flexibilidad y creatividad para perdurar.

3. Asumir que la suerte siempre es un factor presente. Es imprevisible y destructiva pero puede jugar también a nuestro favor en cualquier situación. Ahora bien, solo si actuamos, puede llegar a hacerlo. Como decían los romanos “la suerte favorece a los valientes”, es decir, a los que actúan. A los que no actúan no puede favorecerles jamás.

4. El mayor riesgo es morir. Todo lo demás está en manos del destino y de nuestras propias capacidades. Confiemos, ¿por qué no? Aprendamos a relajarnos, a dejarnos llevar, ya que lo realmente digno de preocupación es muy poco.


5. Todo es una cuestión de tiempo. La muerte es el crítico punto en el que se acaba tu tiempo disponible. En cualquier momento anterior dispones de tiempo, así que hemos de valorarlo. Aprovechado o no, el tiempo siempre es nuestra mayor riqueza, nuestra única posesión real. Todo nos puede ser arrebatado en la vida (la salud, el amor, el dinero, la libertad) salvo el tiempo vivido las experiencias propias.

6. Las ilusiones ahuyentan al miedo. Nuestros proyectos íntimos, nuestras metas, generan energía en nuestra vida que permite que enfoquemos todas nuestras capacidades de forma concentrada en algo. Concentrarnos de este modo nos da mucha fortaleza y nos protege en cierta medida, porque cohesiona nuestras actuaciones y nos hace ser positivos en los logros y creativos a la hora de afrontar las dificultades que puedan surgir. Las ilusiones nos mueven desde lo más profundo. Y cuando se agotan, cuándo su ausencia se hace evidente y nos hace perder el rumbo, por el motivo que sea, hay que detenerse a reponer energías para escucharnos íntimamente, para observar qué nuevas ilusiones brotan de nuestro interior. Las ilusiones son dúctiles por naturaleza, se adaptan continuamente, viven en la potencialidad del ser humano. Su mayor virtud es que son vehículos canalizadores de gran energía personal. Las ilusiones no están hechas para lograrse, sino para servirnos de catalizador.

7. Comunicarnos con los demás es nuestra mayor virtud. La posibilidad de relacionarnos, intercambiar experiencias, compartir vivencias, transmitirnos información y conocimientos… este es el auténtico poder del ser humano. Creer que podemos vivir aislados (de forma voluntaria o no), dando la espalda a los que nos rodean, es un autoengaño que nos debilita, nos enferma y puede llegar a convertirnos en bestias. Es ir contra natura. Hay que desarrollar a lo largo de la vida nuestra capacidad para relacionarnos con los demás en todo momento, en cualquier etapa. Estar abiertos a la relación. Pero sobre todo hemos de tratar de ser expertos a la hora de comunicarnos por cualquier vía a fin de ayudar y ser ayudados. A fin de ser más fuertes y lograr nuestras metas íntimas, a fin de persistir. La comunicación tiene muchas capas (superficiales, intermedias, profundas, desconocidas, inventadas, reales) y conocerlas en nosotros y en los demás es un arte para toda la vida. El poder de la comunicación se hace evidente especialmente con el amor y con el humor.

8. La vida es ahora mismo. Este instante. Gastémoslo a nuestra conveniencia y no concedamos a las incoherencias que nos rodean el privilegio de gastarlo en nuestro lugar. Es un desperdicio dedicar ese tiempo único y particular nuestro en el que estamos pasando por el universo, a fines absurdos o que te alejan de aquello que te gusta o de lo que consideras adecuado. No hay más Dios que el ahora. Y el ahora somos nosotros mismos, nosotros en estado puro. Se hace imprescindible aprender a darle un significado distinto a las palabras “prioridad”, “prisa” y “urgencia”.


9.       Tenemos límites. Claro que sí, pero no los conocemos. Creemos conocerlos por culpa de los entornos que nos limitan, las rutinas que nos condicionan, por nuestros complejos, por nuestras experiencias pasadas, por nuestra prepotencia ante la vida... Pero no son reales. Las limitaciones reales son las que se presentan en el instante de ahora. Es demasiada la incertidumbre en una vida como para creer que sabemos siempre lo que acarrearán todas nuestras acciones. Por ello no hemos de preocuparnos por nuestras limitaciones sino por nuestra capacidad de responder ante ellas, por nuestra capacidad de aprender en las diversas circunstancias que nos puedan surgir. Ahí reside nuestra fuerza real: podemos actuar. Y, quienes sabemos esto, estamos moralmente obligados a aprovechar esa virtud para dirigir nuestra voluntad y reivindicar nuestro libre albedrío. Asimismo deberíamos no crear límites a los demás con nuestros propios prejuicios. Respetemos, seamos humildes, vivamos como mejor sepamos y ayudémonos en lo posible.